La pregunta de Jesús «¿Quién decís que soy yo?» sigue pidiendo respuesta a cada generación creyente Y, naturalmente, no basta con afirmar verbalmente unos dogmas cuyo contenido e implicaciones se ignoran, ni tampoco con estar dispuesto a creer «lo que la Santa Madre Iglesia enseña» En realidad, cada creyente cree en lo que realmente cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque lo haga, como es natural, en el seno de una comunidad.
Con frecuencia, los creyentes nos limitamos a afirmar nuestra fe en Jesucristo, pero no nos acercamos a él, no buscamos el encuentro sincero y valiente con su mensaje, no nos dejamos cuestionar por su persona.
La fe de muchos cristianos no se funda, por desgracia, en el encuentro con la persona de Jesús, sino en unas creencias que se han aceptado o suscrito desde la infancia con mayor o menor convicción.
De esta manera, la fe cristiana pierde toda su originalidad y se convierte en simple afirmación de un credo religioso. En vez de creerle a Jesús, y descubrir desde él, el sentido último de la vida, nos adherimos más o menos conscientemente, a una doctrina que existe sobre Jesús y que es enseñada por la jerarquía eclesiástica. O en su defecto por una persona con "autoridad" suficiente, cómo lo sería un pastor.
Muchos ni siquiera sospechan que lo más original del cristianismo consiste en creerle a Jesucristo.
Son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Jesús.
Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez, las cuestiones a las que Jesucristo puede responder. Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe cristiana, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin repercusión alguna en sus vidas.
Desgraciadamente, no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Como decía M. Legaut son «cristianos que ignoran quién es Jesús, y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás». Todo lo que bastantes cristianos saben, piensan o creen de Jesucristo, se reduce a un conjunto de afirmaciones, sin apenas ninguna relación con sus verdaderas preocupaciones de la vida real, sin apenas incidencia ninguna en los problemas que viven o los intereses que los mueven, una especie de zona artificial donde se afirman y aprueban cosas que no tienen demasiada relación con el resto de la vida. Y, sin embargo, creer en Jesucristo es, antes que nada, encontrarse con él y descubrir poco a poco que es el único capaz de responder, de manera definitiva, a los anhelos, necesidades y esperanzas más profundos del hombre.
Creer en Jesucristo es aprender a vivir desde él. Descubrir desde Jesús cuál es la manera más acertada y más humana de enfrentarse a la vida y a la muerte. Descubrir desde Jesús qué es ser hombre y atrevernos a serlo hasta el final.
Texto tomado y adaptado del libro:
Jesús de Nazaret
El hombre y su mensaje
Autor: José Antonio Pagola
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