El desafío de enfrentar una vida llena de misterios irresueltos e irresolubles en un universo enigmático sería abrumador para los simples mortales, si no fuera por los emisarios divinos que vienen a la tierra
para hablar con la voz y autoridad de Dios a fin de guiar al ser humano.
Hace milenios, en eras pretéritas más elevadas de la India, los rishis
describieron la manifestación de la Benevolencia Divina, de «Dios con nosotros», en forma de encarnaciones divinas o avatares: seres iluminados a través de los cuales Dios se encarna sobre la tierra. [...]
Muchas son las voces que han mediado entre Dios y el hombre; se trata de los khanda avatares o encarnaciones parciales de Dios en almas que poseen conocimiento divino. Son menos frecuentes, en cambio, los purna avatares o seres liberados que están completamente unidos a Dios y cuyo regreso a la tierra tiene por objeto el cumplimiento de una misión encomendada por mandato divino.
En el Bhagavad Guita -la sagrada Biblia de los hindúes-, el Señor declara:
«Cuando quiera que la virtud declina y el vicio prevalece, Yo me encarno como un avatar. Era tras era, aparezco en forma visible para proteger al justo y destruir la maldad, a fin de restablecer la virtud».
La misma y única conciencia gloriosa e infinita de Dios -la Conciencia Crística Universal o Kutastha Chaitanya- adquiere una apariencia familiar al ataviarse con la individualidad de un alma iluminada, provista de una personalidad singular y una naturaleza espiritual adecuadas para la época y el propósito de esa encarnación.
Si no fuese por esta intercesión del amor de Dios que se manifiesta en la tierra a través del ejemplo, el mensaje y la mano rectora de sus
avatares, sería prácticamente imposible que la desorientada humanidad hallara el sendero hacia el reino de Dios en medio del tenebroso miasme de la ilusión mundana -la sustancia cósmica en la que habita el hombre-. Con el fin de evitar que sus hijos sumidos en la oscuridad de la ignorancia permanezcan por siempre perdidos en los engañosos laberintos de la creación, el Señor acude una y otra vez, bajo la forma de los profetas iluminados, para alumbrar el camino. [...]
Jesús fue precedido por Gautama Buda, «el Iluminado», cuya encarnación le recordó a una generación desmemoriada el Dharma Chakra, la rueda del karma, cuyo constante giro implica que las acciones puestas en marcha por el ser humano, así como sus correspondientes efectos, determinan que cada hombre -y no un Dictador Cósmico- sea el responsable de su propio estado actual. Buda devolvió el espíritu compasivo a la árida teología y a los rituales mecánicos en que había caído la antigua religión védica tras el final de una era más elevada en la cual Bhagavan Krishna, el más amado de los avatares de la India, predicó el sendero del amor divino y de la realización de Dios mediante la práctica de la suprema ciencia espiritual del yoga, la unión con Dios.
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